Son muchas las personas queridas que hemos perdido durante la pandemia. Al dolor se suma la distancia. Este es un espacio para recordar a los miembros de nuestra comunidad que partieron a lo largo de los últimos años.
Un espacio, también, para despedirlos juntos.
María Rosario (Charito) fue una profesional a carta cabal. Gracias a su gran desempeño durante su formación profesional fue incorporada al equipo docente de la especialidad de Trabajo Social, rol que asumió con mucho esmero y compromiso. Fue una profesora extraordinaria, creativa, innovadora, siempre con buen humor y con un entusiasmo característico. Durante los 43 años que laboró en la Universidad, siempre demostró que amaba su trabajo.
Charito, como le decían las personas que la apreciaban, siempre fue una mujer fuerte, sensible y carismática. Pertenecía al equipo de la Maestría en Gerencia Social de nuestra Universidad. Era psicóloga de profesión, una madre extraordinaria, una abuela consentidora y una amiga entrañable. Le gustaba dar largos paseos en Plaza San Miguel, ir a comer y hacer shopping. También disfrutaba la música, el canto y el baile. Para sus hijos, ella siempre será su mayor motivación para seguir adelante.
Pepe, como lo llamaban sus amigos, hizo de la PUCP su segundo hogar. Sus antiguos alumnos nunca olvidaremos la iniciación en el griego clásico y sus legendarios cursos de ‘Religiones comparadas’, ‘Filosofía de la religión’ y ‘Pensamiento oriental’. Las últimas generaciones que llevaron esos cursos con él quedan como testigos de su eterna juventud y renovada sabiduría.
Fue maestro de muchas generaciones de estudiantes de Derecho PUCP. A la par, su pasión por la Historia del Derecho, lo llevó a producir más de una veintena de publicaciones, entre libros y ensayos académicos. En su trayectoria como jurista tuvo grandes reconocimientos como el Premio Manuel J. Bustamante de la Fuente o ser, en el 2014, elegido como magistrado del Tribunal Constitucional.
Su risa contagiosa e inagotable energía para crear proyectos de desarrollo sostenible para las comunidades más alejadas del Perú inspiraron a muchas generaciones de ingenieros. El fundador del Grupo PUCP fue un investigador prolífico que compartió con generosidad sus conocimientos sobre termodinámica y otras disciplinas. Siempre te recordaremos como un entrañable maestro y amigo.
Violeta obtuvo una beca para estudiar Sociología en la Universidad Católica de Lovaina en una época en la que no era la norma que las mujeres tuvieran una carrera universitaria. Pionera en los estudios de género, formó parte del equipo fundador de nuestra facultad de Ciencias Sociales y fue la primera profesora emérita de este Departamento. La recordaremos como una maestra adelantada a su tiempo.
Con una trayectoria de más de 50 años en nuestra Universidad, la Dra. Mauchi se dedicó a formar, con gran dedicación, a estudiantes y docentes en los campos de la lingüística y la redacción. Fue una de las primeras decanas de Estudios Generales Letras y una intelectual disciplinada. Sus colegas la recuerdan como una estricta profesora que era, a la vez, muy bondadosa, generosa y comprensiva.
Durante más de 30 años, Marisa fue la más amable, colaboradora y entrañable amiga del Centro de Estudios Orientales de la PUCP. Con solo una sonrisa y un “buenos días”, impregnaba el ambiente con su optimismo y energía. Siempre te recordaremos como la fan enamorada de Juan Gabriel, tu ídolo musical, así como la amorosa hija, hermana y tía que dio todo de sí para cuidar de su familia.
En la década de 1960, Teresa fue una de las pioneras del diseño industrial en el Perú, disciplina que puso al servicio de la sociedad en áreas como educación, vivienda y trabajo. En nuestra Universidad dejó huella como cofundadora de la Especialidad de Diseño Industrial. Mentora e inolvidable amiga, sus exalumnos y colegas la recuerdan por su insuperable energía y capacidad creadora.
"Sociólogo, analista político, periodista, diplomático y docente, Rafo estuvo siempre al servicio del Perú. Llegó a la PUCP más de sies décadas atrás y, desde entonces, nos acompañó: como estudiante, docente y autoridad. “Todas mis ideas y proyectos fueron incubados dentro del aliciente y del diálogo intelectual que la Universidad ha entregado al país”, nos contó. Tu huella quedará siempre, Rafo.
Por sus consejos certeros y su lectura acuciosa, Willy se caracterizó por ser un excelente asesor de tesis para muchas generaciones de ingenieros electrónicos PUCP. Pero, además, fue el arquero infaltable en los torneos de Ingeniería, y alegraba el juego con su buen humor. Dedicado hombre de familia, disfrutó de 33 años de sólido matrimonio con esposa Milagros, en compañía de sus hijos y nietos.
Gran líder, conversador, lector, compañero, analítico y excelente cocinero. ‘Pochito’ fue el amoroso esposo de Patricia y un padre siempre disponible para sus cuatro hijos, con quienes compartió anécdotas, paseos y muchas sonrisas. Como psicólogo, gestor y docente, se ganó el cariño y respeto de nuestros estudiantes y de sus colegas en proyectos de desarrollo social.
Luis era un dedicado ingeniero civil con más de 20 años de trayectoria en la PUCP, pero, sobre todo, era un hombre de familia. Su esposa y sus tres hijos recuerdan las divertidas tardes de cine con pizza, así como las charlas de los almuerzos. Detallista y amoroso, obsequiaba sus trabajos manuales en fechas especiales y disfrutaba del cuidado de las 19 orquídeas que adornan su hogar.
Miguel Ángel hizo de la química un curso dinámico y apasionante para muchos jóvenes de Estudios Generales Ciencias, donde fue uno de los docentes más queridos. Sus aportes a esta disciplina son innumerables: fue promotor de la Olimpiada Peruana de Química, y autor de las guías y recursos de aprendizaje más utilizados en las clases de química hasta hoy.
"El Dr. Delgado fue miembro de nuestra comunidad por 75 años, desde que empezó como estudiante en 1946 en la Facultad de Letras de la Plaza Francia. Como abogado y docente, se procupó por servir al país y formar profesionales comprometidos. “Me encanta enseñar. Mi vida misma es la vida en la universidad. No me concibo fuera de la Universidad Católica”, nos dijo. Nosotros no la concebimos sin él".
Coco entró en contacto con el teatro como estudiante de Letras. Entonces, los muchachos que querían actuar “se sentían James Dean”, pero fueron pocos los que, como él, mantuvieron el entusiasmo. Miembro fundador del TUC y querido profesor en la Facultad de Artes Escénicas, compartió su pasión por el teatro con su familia. "Cuando uno hace lo que le gusta, lo que quiere ser, es feliz", solía decir.
Durante más de dos décadas, las manos de Alexander fabricaron bellas escenografías para los montajes del CCPUCP. Pintor, carpintero y técnico electricista, trabajó con ilusión en grandes producciones y eventos que disfrutó mucho, como el Festival de Cine de Lima. Hogareño y deportista, le gustaba escuchar huaynos, y salir practicar fulbito con sus cuatro hijos y su pequeño nieto.
“Si hay un premio después de esta vida, Víctor lo está disfrutando. Toda su vida fue un señor”, así es recordado el docente de matemáticas por su gran amigo, el profesor Roberto González. Dedicado y exigente, Víctor siempre apoyó a los estudiantes de Generales Letras que se esforzaban. “Si preguntas a los chicos si entendieron, y todos dicen que sí, es porque no entendieron”, solía bromear.
Los libros de su biblioteca fueron el tesoro de Eduardo, pues coleccionaba y cuidaba ediciones originales y antiguas. Descubrió que quería ser historiador durante su adolescencia en el colegio Salesiano de Huancayo. “No te vas a arrepentir de enviarme a Lima”, le dijo a su mamá, la Sra. Edith, cuando escogió estudiar en nuestra Universidad, donde luego se convirtió en docente e investigador.
El mismo año en que Carlos venció un tumor cerebral, se graduó como abogado de nuestra Universidad. Con esa misma determinación, soñaba con ejercer el derecho penal y luchar por un Perú más justo. Era bondadoso y solidario. Aficionado al ajedrez, la música clásica y a tocar la guitarra, todavía podemos escucharlo sacar temas del rock de Los Prisioneros.
En los pasillos de la Biblioteca, mientras ayudaba a estudiantes y profesores, leía poesía. Llegó a la PUCP antes de cumplir los 20 años y ahí creció su cariño por los libros. Aprendió a restaurarlos y encuadernarlos manualmente: cosía sus hojas y pegaba sus lomos. Miles de libros de nuestra biblioteca fueron empastados por sus manos.
Para Juana la felicidad estaba en lograr paso a paso proyectos como sus estudios de maestría en Gestión Empresarial, y también disfrutar de las cosas sencillas de la vida, como los paseos y almuerzos que compartió con su hija Cristina. Por su bondad y generosidad, fue muy apreciada por sus compañeros de la PUCP, donde estudió y trabajó por 30 años.
Alegre, bromista, conversador, ocurrente, viajero, noble y transparente. Así lo recuerdan sus compañeros de la Especialidad de Antropología, donde fue profesor por más de 20 años y se especializó en el registro y preservación de fiestas, danzas y música andinas. Era el segundo de ocho hermanos y el más cariñoso con mamá. Viajar era una costumbre familiar que él convirtió en su profesión.
A lo largo de casi 40 años, Mihaela no solo formó a muchas generaciones de artistas, sino —y sobre todo— se relacionó con sus alumnos. Para ella, la enseñanza consistía en una creación colectiva, en una simbiosis entre estudiantes y maestra. “El arte es una gran experiencia para percibir, entender, sentir, pensar, imaginar, recordar, proyectar, conocer, ser”, decía.
Los árboles de nuestro campus crecieron gracias a su buena mano. Llegó temprano a la PUCP, con la mudanza a Pando, y fue el artífice de los jardines y sus sombras. Don Pedro cultivó rosas y sembró árboles. Aficionado al fútbol, jugó más de un partido en las canchas que él mismo plantó. Cuando se jubiló, seguía yendo la PUCP para visitar a sus hijos… y a sus plantas.
Rosa María coleccionaba momentos y, en su búsqueda, recorrió Europa, Turquía, Egipto, Dubai, Brasil y Estados Unidos, muchas veces acompañada por su esposo Conrado, también docente de nuestra Universidad. Psicóloga, médica, neuróloga y neuropsicóloga, brilló por su calidad profesional y su actitud de servicio, cualidades que demostró tanto en consulta hospitalaria como en sus clases.
Javier nunca escatimó el tiempo que dedicaba a los demás. Por 50 años, fue parte vital de nuestra comunidad: como estudiante, profesor, mentor y amigo. Amó la música, la literatura, la filosofía y el derecho laboral. En sus años como profesor, sostuvo una estrecha relación con sus alumnos. "La distinción que más me enorgullece es haber sido nombrado seis veces como Padrino de Promoción”, escribió.
Por su experiencia en mecánica y electricidad, se convirtió en técnico de montaje en el Laboratorio de Estructuras, donde trabajó desde 1979. Ahí conoció a su esposa, Maurina, con quien compartió años de trabajo y tuvo tres hijos, su mayor orgullo. Su talento para el fútbol le valió el apodo de “Zico”. En el laboratorio y en las canchas, era un líder natural que inspiraba al equipo con su pasión.
Egresado de la maestría de Matemática, Elmer solía decir “yo soy lo que soy por la PUCP”. Prefería los cursos difíciles “para no adormecer el cerebro”, solía decir. Su esposa Melissa lo recuerda como un hombre dedicado, un padre amoroso para su pequeña Alejandra y un compañero incondicional. “Podía fallarnos el mundo entero, pero él era nuestro roble”, cuenta. Siempre estará en nuestro recuerdo.
Sonreír era un pilar de su personalidad. En sus 55 años trabajando en nuestra Universidad, su alegría se impuso a las labores diarias. Hincha acérrimo de la U, seguía los partidos de su equipo sin falta, en ocasiones junto con su hijo (aunque aficionado como él, no hay). Su otra afición, por el campo y las plantas, llenó su casa de flores.
Las puertas de su oficina siempre estaban abiertas para resolver dudas. Respetuoso, atento y amable, sus clases de economía iban más allá de las teorías que presentan los libros. “Siempre escuchaba a sus estudiantes, amaba su trabajo y confiaba en nosotros. Gracias a él, entendemos muchas cosas”, dijo Anli Chalco en representación de sus exalumnos.
Zósimo guardaba con orgullo la estatuilla de reconocimiento por sus 25 años de servicio a la PUCP. Entró a la Universidad como conserje, luego trabajó en el mantenimiento de las áreas verdes y, finalmente, llegó a Comunicaciones. Era puntual, minucioso y rara vez faltaba a su trabajo. Ayacuchano, usaba sus vacaciones para visitar su tierra Huancarucma, adonde siempre soñó con volver.
Manuel trabajó como auxiliar administrativo en nuestra Universidad por 40 años. Pero su dedicación y disciplina se hicieron notar también en su rol como entrenador de equipos de fútbol y vóley de su barrio de Comas. Su hija María lo recuerda como un padre dedicado y una persona de gran corazón. Deja como huella en sus hijos la disciplina y el amor por la práctica deportiva.
Ingresó a la PUCP ni bien terminó el colegio y, con el tiempo, pasó de ser alumna a profesora. Su amor por la enseñanza solo se compara al que sentía por los animales: tenía cuatro pastores ovejeros y adoptó una perrita más. Comprensiva y amorosa, solía repetir a sus amigos, familiares y estudiantes: “No importa de dónde vengas, sino adónde vas”.
Felipe llegó a nuestra comunidad hace 27 años, y desde entonces, caminó con una sonrisa apacible por el campus, cumpliendo con diligencia sus tareas como conserje. Hincha de Alianza Lima, veía los partidos con una cerveza Pilsen, su bebida favorita, y el arroz con pato de su esposa Miani. A ella le gusta pensar que hoy Felipe es el ángel de su pequeña Zoe Antonella, nacida en la cálida Pucallpa.
Para César, la vida era un regalo y la vivía con intensidad cada día. Apasionado por la ingeniería y por transmitir el conocimiento, fue un profesor ejemplar para cientos de nuestros estudiantes. En su hogar, devoraba libros y documentales que luego discutía en detalle con su esposa Lidia, quien lo describió como “el compañero ideal de vida”.
El primero en llegar y el último en irse del trabajo, así era Alejandro. En sus más de 40 años en nuestra Universidad, atendió con afecto a docentes, estudiantes y compañeros. Solía juntarse con sus hijos, que estudiaban ahí, para almozar juntos en las "cafetas". “Siempre lo vi contento. Al jubilarse, se llevó de recuerdo su escritorio y su silla, donde se sentaba a leer”, dijo su hijo Manuel.
La PUCP no sería la misma sin el aporte de nuestro primer actor Ricardo Blume, fundador del Teatro de la Universidad Católica (TUC), semillero de grandes artistas e institución precursora de nuestra Facultad de Artes Escénicas. “El buen teatro, el que apunta alto y se hace con rigor artístico, es siempre, de alguna u otra manera, escuela de humanidad”, dijo el maestro.
Los domingos, almozaba con con sus cuatro hijos y hacían la sobremesa en un jardín donde cultivaba higos y flores. Por 45 años, 'Hero' se movió tras bambalinas en las maratónicas jornadas de ensayo en el TUC, dando apoyo a los muchos actores que por allí pasaron. Por las tardes, se daba una pausa para tomar un café con galletas de soda. Gracias, Hero. Nos encargaremos de que siga la función.
Por su estilo para jugar, Edwin llevaba el 10 en la camiseta. "Romario", como lo llamaban los amigos, era una figura clave en los partidos de fútbol del personal administrativo y el sindicato de la PUCP. Se mantenía en forma para los torneos entrenando con disciplina luego de la jornada laboral. Su otra gran pasión fueron sus hijos, Nicole y José Luis, estudiantes en nuestra Universidad.
Infaltable en los torneos de fúlbito de los miércoles en la cancha de Minas, Alfredo hizo de la PUCP su segundo hogar. Durante más de 35 años, recorrió todo el país para realizar trabajos de campo como técnico laboratorista y aprendió mucho sobre ingeniería civil, profesión que no pudo estudiar, pero que inspiró a su hijo Giancarlo, egresado PUCP de esa especialidad.
Innovador, geek, gran jugador de dota e hincha de Alianza, así recordamos a Leoncio, joven ingeniero informático formado en nuestra Universidad. Con perseverancia e ilusión, cumplió sus dos sueños más grandes: fundar su propia empresa de servicios de consultoría y desarrollo de sistemas, y tener a su amada hija Micaela, que lo motivó a sonreír para las fotos.
En el Departamento de Economía, todos acudían a “Manuelito”. Era muy servicial y se encargaba de que todo funcionara correctamente en su oficina: preparaba el café, administraba las copias, guardaba libros de consultas. En sus 45 años de trabajo en la Universidad, entabló numerosas amistades y, luego de jubilarse, continuaba visitando el campus para encontrarse con amigos y colegas.
En los pasillos de nuestra Universidad, Julio intercambiaba ideas y anécdotas con colegas, estudiantes y amigos. “Fue un profesor comprometido, dedicado y respetuoso, siempre con tiempo para acompañar el proceso de aprendizaje”, lo describió su colega Martín Beaumont. En casa, pasaba los tiempos libres junto con su esposa Rossana abocado a su pasatiempo favorito: la lectura de novelas históricas.
Julio pasó momentos felices en la PUCP: en su infancia solía jugar por los jardines de artes plásticas con su hermana María, bajo la atenta mirada de su madre, trabajadora del campus. Durante décadas, trabajó nuestra Biblioteca Central y, gracias a su prodigiosa memoria, asistió con eficiencia a miles de estudiantes y tesistas, muchos de ellos grandes amigos.
Desde los 19 años, Juan Gilberto cultivó el arte de la jardinería. Planeaba sus semanas en función a lo que tocaba hacer: regar, cortar o podar. En nuestro campus y en su hogar, estaban ellas, pero sobre todo, su favorita, la colorida heliconia. La naturaleza lo llamaba y, en sus vacaciones, partía de viaje a Occopa, el pueblo de Huancavelica en el que nacieron sus padres.
Juan José se dio tiempo para muchas cosas: como universitario, estudió Filosofía y administró un restaurante. Como profesional, terminó dos maestrías y fue docente PUCP. Investigador y viajero, recorrió el Perú y muchos países de América y Europa. Con una amplia colección de libros y discos de rock, reservaba la música ayacuchana para disfrutarla junto a su padre Simón.
Lupita siempre tenía un mensaje alentador o una frase especial para quienes la rodeaban. "Era una persona con una inagotable capacidad de escucha, que siempre tuvo una sonrisa para todos, sin excepción", recuerdan sus amigas y colegas del Departamento de Educación, donde fue docente. Nos deja un ejemplo de rectitud, entrega, compromiso, claridad de pensamiento, amabilidad y sincera amistad.
Honrado, alegre y respetuoso, durante 42 años Doroteo fue la persona de confianza en el soporte y mantenimiento de la Facultad de Ingeniería. Tras jubilarse, disfrutaba de paseos por la playa, siempre acompañado por su hija Rosario. Juntos fueron a muchos restaurantes en los que pedía sus platillos favoritos: pastas, lomo saltado y cebiche con chaufa de pescado.
Como devoto católico, se le podía encontrar en la capilla de la Universidad, uno de sus lugares favoritos del campus. Como matemático y físico, aportó a la sociedad con proyectos de innovación tecnológica. Así, se ganó la admiración de sus colegas y familiares, y sobre todo de su pequeño hijo Alejandrito, quien lo recuerda cómo su héroe.
Con más de cuatro décadas recorriendo el Perú, ‘Lucho’ se convirtió en un extraordinario narrador de historias. En sus viajes, encontró también trabajos de arte popular valiosos y dedicó su vida a las tradiciones artísticas de nuestro país. Gracias a su pasión por la gestión cultural, hoy nuestro Museo de Artes y Tradiciones Populares posee la colección en su tipo más importante del país.
Además de un reconocido filósofo, Ciro fue un talentoso violinista y un hábil carpintero. Tocaba piezas musicales clásicas y de la sierra peruana; y fabricó los estantes de su propia biblioteca para almacenar sus libros favoritos. Políglota, hablaba en inglés, francés, alemán, griego y latín, y su traducción al español de Edipo Rey es una de las más reconocidas en Latinoamérica.